12 de junio de 2005. Mt 9,36-10,8: "Llamando a sus doce discípulos, los envió."
« Décimo Domingo del Tiempo Ordinario / Décimosegundo domingo del Tiempo Ordinario »
La compasión es una de las señales que nos hace ser humanos. Padecer con el otro es una de las más evidentes formas de solidaridad con quienes nos rodean.
Jesús mira a la gente y siente compasión por ella. Ve a los que le rodean y los mira compasivamente. La compasión de Jesús no es debida a ningún tipo de minusvalía o desgracia de las personas, sino por motivos espirituales. Uno puede estar pasando por algunas de las difíciles pruebas que la vida nos ofrece y estar espiritualmente bien y, en cambio, disfrutar de la serenidad de los acontecimientos y las cosas, incluso estar lleno de seguridades de tipo laboral y económico y estar interiormente vacío.
El Maestro siente compasión porque las personas están espiritualmente débiles, no saben reconocer el sentido de sus vidas, ni mirar la realidad verdadera de las cosas que le rodean.
Dos características descubre Jesús en aquellas personas:
¿Qué puede ofrecer Jesús a las personas de nuestro tiempo?
Lo mismo que antaño: la salvación. El encuentro con la felicidad plena de Dios en esta vida. ¿Seremos capaces de transmitir el mensaje de Jesús a los seres humanos con la fidelidad que el Maestro nos encargó?
Después de ver la realidad Jesús afirma que el trabajo es mucho, pero los obreros son pocos. Tenemos que estar constantemente pidiendo al Dueño de la mies que mande obreros para trabajar en ella.
Manda a los discípulos a la gran misión de sanar lo herido. Sanar lo físico y lo espiritual. El ser humano está herido no solamente en el cuerpo sino también en el alma, por eso les da el poder a sus seguidores para que hagan sus mismas obras. Jesús quiere que la salvación llegue a los demás a través de otras personas. Sus seguidores serán los multiplicadores de su mensaje. Serán protagonistas de lo que hacen pero siempre anunciadores del mensaje del Reino de Dios.
Los cristianos de nuestro tiempo tenemos que preguntarnos si nosotros estamos a la altura del perfil que Jesús nos entregó. ¿Somos nosotros capaces de sanar a otros cuando en numerosas ocasiones nuestra vida está también herida? ¿Estamos serenamente entregados a los demás y ver con ojos de compasión las dolorosas realidades que nos rodean? ¿Sabemos mantener la serenidad ante las circunstancias de dolor que nos rodean?
Lo que nos indica el Evangelio de hoy es que el ser humano debe ser ayudado en el camino de la felicidad. Por sí mismo la persona puede hacer poco para poder dialogar en profundidad con el misterio de su vida. Sólo Jesús es la respuesta que se nos da para que nuestra vida sea lo más semejante posible a la creación amorosa de Dios. Mientras no descubramos esta realidad viviremos muy probablemente angustiados y desvalidos, como ovejas que no tienen pastor...
* * *
©2005 Mario Santana Bueno
« Décimo Domingo del Tiempo Ordinario / Décimosegundo domingo del Tiempo Ordinario »